Tras nuestra gran experiencia en Chefchauen, nuestra aventura por marruecos continúa adentrándonos más en el país, esta vez descubriendo la ciudad imperial de fez.
Nuestra ruta nos llevaba en un autobús lento pero inexorable hacia Fez. Teníamos nuestras reservas acerca de la ciudad después de la experiencia en Tánger y pensando en lo a gusto que habíamos estado en un pueblo pequeño en lugar de metidos entre el bullicio, pero era pronto para juzgar.
Con sólo una parada de 30 minutos en el camino, llegamos a la estación de autobuses de CTM de Fez. Las estaciones de autobuses en Marruecos, aún no terminamos de entender por qué, están lejos de todo, y más aún lejos de las medinas, que son los sitios más baratos para alojarse y donde nosotros queríamos explorar en busca de un hostal. Desde la estación CTM tenéis una hora de caminata bajo ese sol abrasador hasta la medina. Claro que hay taxis que se te lanzan encima para llevarte según sales de la estación, aunque nosotros avisamos de que íbamos a ir andando (“¿andando? ¿Pero tú sabes dónde está la medina?”). Lo sabíamos, pero si queríamos ahorrar teníamos que utilizar nuestras piernas, que para algo están.
Sin embargo, no nos pusimos rumbo a la medina, sino que enfilamos hacia la estación de autobuses de Supratours. ¿Y no se puede hacer simplemente una estación de autobuses y que vayan todos ahí? Pues se ve que no. Tuvimos que andar unos 35 minutos hasta la otra estación, pero teníamos miedo de quedarnos sin el billete del día siguiente y para nosotros eso era prioridad.
Al llegar pudimos comprar directamente todos los billetes de autobús. Por un lado, eso le resta algo de emoción al viaje de mochilero, porque ahora nuestras fechas eran fijas. Por otro lado, viendo que los precios habían subido mucho y los autobuses se habían llenado para llegar a Fez, no queríamos arriesgarnos. Decidimos ahorrarnos quebraderos de cabeza y viajes tontos a las estaciones de bus más adelante para comprar los billetes.
Así que establecimos nuestro itinerario (no os lo contaré ahora, no quisiera hacer un spoiler) y con todos los viajes cogidos nos pusimos, ahora sí, rumbo a la medina (también a 40 minutos de allí, no os penséis que esta compañía es más considerada con los que no tenemos dinero para un taxi).
El camino a la medina nos bastó para decidir que la ciudad aglomeraba muchos más hombres desagradables que el pueblito azul que dejábamos atrás. Media hora allí y tuvimos que soportar más comentarios machistas y babosos que en todos los días anteriores juntos.
Tampoco teníamos muy claro a dónde estábamos yendo o qué íbamos a hacer al llegar a la medina. Habíamos buscado hostales en internet durante nuestro viaje en autobús deseando que los creadores de Hostal Souika hubieran extendido su emporio hasta Fez, pero no hubo suerte.
Habíamos encontrado uno que según internet te permitía dormir en terraza también y en el que había dos tipos de reseñas: las que decían que era el mejor sitio en el que se habían alojado en su vida y que la terraza era maravillosa, y una que decía “¿considerando el hostal con tal de no dormir debajo de un puente? Estarás mejor en el puente”.
Ojalá, ojalá, hubiéramos ido al puente.
El Hotel Cascade tiene una ubicación muy buena, en la entrada de la medina junto a la famosa Puerta Bab Bou Jeloud o Puerta Azul, que es lo único positivo que vamos a decir de este lugar. Encontramos el sitio fácilmente, a pesar de que la entrada es muy estrecha y puede pasar desapercibida si no sabes lo que buscas. Al llegar preguntamos por el precio de las habitaciones (no preguntéis directamente por la terraza, si os dicen primero el precio de una habitación luego sí o sí la terraza tiene que ser más barata). Nos dijeron que por la terraza teníamos que pagar 80DH cada uno. ¡Pero si veníamos de una que costaba la mitad!
Decidimos ver la terraza antes de decir nada y, siendo sinceros, no prometía. Las camas eran parecidas a las de Chaouen y es verdad que no estaban en el suelo, pero parecían mucho más viejas y menos de fiar. Desde luego no estaban preparados para recibir a los mochileros como en el Hostal Souika: no había enchufes que funcionaran allí arriba, ni posibilidad de encender ni apagar las luces… Las duchas se cerraban con una llave que nos dejaron para echar un vistazo, y la verdad es que nos hubiéramos bañado más a gusto con una manguera que ahí dentro. Por no hablar de que utilizaban la terraza como almacén de cosas que no utilizaban, había pequeñas cocinas con basuras a rebosar sin recoger, dejaban bolsas y cubos por todas partes…
Las camas en la terraza del Hotel Cascade
Aun con todo, no vimos más terrazas alrededor y terminamos por aceptar aquello. Pedimos que nos arreglaran el único enchufe que había y pagamos 60DH por persona en vez de los 80DH que pedían al principio, aunque seguía siendo demasiado para lo que ofrecían. Hicimos de tripas corazón y dejamos nuestras cosas allí para salir a recorrer las calles. Queríamos encontrar las curtidurías de Fez, así que buscamos en el mapa y empezamos a andar por la medina vieja. En seguida tuvimos controladas las calles de cerca de nuestro hotel: nos guiábamos sobre todo por una callejuela de colores que conectaba dos calles principales, y la que denominamos “la calle de la comida”.
La callejuela de colores
Si en algún sitio de Marruecos veis cosas peores de las que vimos nosotros en esa calle, no quiero imaginarme cómo son. Tenían la comida expuesta y al aire (al aire de 45 grados que casi ni soplaba en esas calles). No queríamos ni saber cuánto tiempo podía llevar allí la carne que veíamos colgada de los ganchos. No podría describir ese olor. Para mí era una tortura tener que pasar por aquella calle todos los días, y más horroroso era aún pensar que teníamos que comer algo. ¿Dónde y cómo guardaban esa comida? No tenemos respuestas, y casi mejor. No creo que haya ningún tipo de sistema de refrigeración. Desde luego, durante el día la comida estaba expuesta tal cual, con los animales andando por alrededor, la gente tocando… un horror que aprendimos a evitar eligiendo caminos más largos, pero menos impactantes.
Los gatitos más pequeños y adorables de Fez
Una vez pasada la calle de la comida, nuestra búsqueda de las curtidurías seguía. Nos metíamos más y más en todas las calles, hasta que la cobertura fallaba y ya no había otra forma de guiarse que echar a andar. Y la verdad siempre acabábamos saliendo en un sitio que no queríamos, lejos de donde se suponía que estaban las curtidurías y sin haber visto ni una señal.
Aunque nos resistíamos al principio, tuvimos que ceder a uno de los chicos que rondaban las calles a nuestro alrededor ofreciendo hacer de guías. Nos ofreció llevarnos a una terraza desde la cual podríamos verlas y tuvimos que aceptar, aunque sabíamos que esas cosas siempre incluyen un pago al final.
Nos llevó entre mil calles, girando y girando sin mirar mucho si le seguíamos o no, y al final nos indicó que entráramos en una tienda estrecha por la que subimos las escaleras hasta el último piso, donde por fin nos pudimos asomar a ver. Habíamos llegado bastante entrada la tarde, y no quedaba demasiada gente trabajando. Se había ido bastante luz y además las vistas de aquella terraza no eran las mejores, así que, aunque pudimos verlas, utilizamos aquella excursión para tomar nota de cómo se encontraban los sitios y desde qué zonas se podía ver mejor, para ir a la mañana siguiente a piñón fijo. Le dimos una propina al chico que nos había llevado (nunca suficientemente buena) y dejamos claro a los dueños de la tienda que no queríamos comprar nada, volviendo a poner rumbo a la zona del hotel.
Un adelanto de las curtidurías
Cenamos en frente de nuestro hotel, después de una acalorada disputa entre los chicos que ofrecían menús por ver quién nos hacía la mejor oferta. Finalmente aceptamos una como la de Chaouen y cenamos en una terraza. Tened cuidado, porque al pagar no nos querían hacer la misma oferta. Nos dijeron que el chico no trabajaba para ellos y que no tenían la culpa de los precios que él ofrecía (¿qué broma es esa?) pero insistimos y al final pagamos lo acordado.
Vistas de la Puerta Bab Bou Jeloud desde la terraza del restaurante
De vuelta al hotel, nos tumbamos encima de aquellas camas con aprensión. A nuestro lado, en una mesita que había colocada entre dos camas que más bien se usaban de sofás, había un par de turistas con un chico del hotel, charlando. Como ya era muy tarde, preguntamos al chico del hotel cuándo iban a apagar las luces (¿indirecta? ¿dónde?) y él dijo que las apagarían en diez minutos, al irse.
Estábamos cada uno tumbado en nuestra cama, con un techo de plástico improvisado sobre nosotros por donde oíamos correr patitas (Jon decía que eran palomas, no sé a quién quería engañar), mientras los otros tres debatían sobre si la droga que habían probado el día anterior era buena o no. Al poco rato llegaron otros dos o tres hombres y se unieron a su "fiesta", montando aun más alboroto. Estuvimos como una hora escuchando como trapicheaban mientras se reían y fumaban al otro lado de unas telas, con las luces encendidas. Vamos, que respeto por el que quiere dormir no tienen.
Finalmente subió otro chico del hotel que parecía ser más responsable, no sabemos si sería alguien de seguridad (nos extrañaría que la hubiese en aquel lugar...) o si sería algún jefe. Se acercó directamente a nuestras camas (puede que nuestros suspiros y quejidos le dieran una idea de que no estábamos contentos) para preguntarnos si nos estaban molestando y nos dijo tranquilamente que se irían cuando quisiéramos dormir. ¡Hacía una hora que queríamos dormir! Al decírselo puso cara de enfado y rápidamente le recriminó al otro empleado estar ahí mientras nosotros intentábamos dormir. El otro empleado, bastante más joven, junto con el grupo decidieron marcharse a otra parte y se disculparon con nosotros, aunque se les podía seguir oyendo probablemente en alguna habitación cercana, pero al menos estábamos a oscuras y solos. No fue una buena noche, aquellas personas no nos habían dado muy buena impresión e incluso llegamos a tener algo de miedo de que volviesen a recriminarnos que nos hubiésemos quejado al que probablemente era el jefe.
No creo que haga falta decir que tranquilos lo que se dice tranquilos, no estábamos en aquella terraza.