Continuamos contando nuestro paso por Marruecos hablando de uno de los sitios que más nos gustó del país africano, Chefchaouen, el pueblo azul. También os contaremos la aventura que vivimos visitando las cascadas de Akchour.
Para llegar de Tánger a Chefchaouen, como ya sabéis, habíamos cogido un grand taxi, compartido con otras 4 personas y el conductor. Hay que reconocer que la forma de conducir en Marruecos no es ni de lejos la forma a la que estábamos acostumbrados ¡Qué forma de conducir tienen los marroquíes! Durante esta primera experiencia en un vehículo dentro del país aprendimos todo lo que hay que saber si vas a hacer viajes por carretera en manos de un conductor marroquí. Tan pronto puedes pasar de ir a 20km/h como a estar en lo que parece una película de carreras a 160km/h. Al principio es verdad que te da un poco de miedo pero pensándolo mejor fue toda una experiencia (y salimos ilesos, lo cual es un plus). Los paisajes marroquíes, la música autóctona que salía de la vieja radio y la gente que nos acompañaba… Todo aquello era tan singular y diferente para nosotros que debemos decir que tuvo su encanto y lo recordamos como una buena anécdota más que contar.
El viaje duró unas 2 horas, de aquella forma, en un coche abarrotado y a casi 40℃. Esto hizo que no nos extrañara tanto que una pobre anciana que se sentaba detrás de nosotros comenzase a vomitar en mitad del trayecto. Lo que sí nos sorprendió fue que el conductor no detuviese el vehículo en ningún momento, como podréis imaginar no fue una situación muy agradable pero no nos quedó otra que mirar hacia delante y no pensar en lo ocurrido. A lo largo de nuestro viaje por Marruecos aprendimos que esa forma de conducir era lo normal allí. Mucha gente, después de experimentarlo, pensará que montar en un vehículo en Marruecos es de las cosas más arriesgadas que se pueden hacer allí (mira que hay cosas donde elegir…), pero si somos sinceros en los 15 días que estuvimos recorriendo el país tan solo vimos un coche accidentado. Pensareis que estamos locos pero las últimas veces que hicimos trayectos de larga distancia por el país hasta nos llegó a divertir esta forma de conducir.
Algunos de los paisajes que os encontrareis entre Tánger y Chefchaouen
Subiendo por una serpenteada y estrecha carretera comenzamos a ver un pueblo perfectamente colocado entre 2 grandes montañas con forma de cuernos. El conductor lo señaló y dijo “Chefchaouen”, a nosotros se nos iluminaron los ojos. Por fin llegábamos a nuestro destino. La experiencia en las carreteras marroquíes había sido interesante pero 2 horas habían sido suficientes para una primera vez.
Nuestra intención era ir en busca de un hostal con azotea donde poder dormir, habíamos leído en Internet blogs de gente que lo había hecho y les habían cobrado muy poco por ello, así que nos pusimos en busca de uno, y por supuesto el mejor sitio para ello era la Medina del pueblo. La Parada de Grand Taxi de Chefchaouen está a unos 5 minutos andando de la entrada a la medina, no hay mucha complicación ya que solo tienes que seguir una recta, pero una vez entras a la medina prepárate para perderte. Al igual que en todas las ciudades y pueblos en los que estuvimos, la medina era un gran laberinto de calles y puestos de todo tipo, repleta de gente, con cuestas por todos lados y además a esta se le debía incluir que las calles eran especialmente estrechas. Eso sí, tenía un encanto especial, nos gustó mucho más que la de Tánger. Ambos lados de la calle estaban repletos de puestos de comida, ropa, souvenirs, cazuelas y jarrones de barro... casi todo ello fabricado o recolectado en la zona. La gente parecía muy amable, las telas de los puestos eran de todos los colores habidos y por haber, todos muy vivos, y la calle estaba repleta de vida. Había niños corriendo y jugando de un lado para otro y todo el mundo parecía conocerse. La gente hasta nos saludaba por la calle o nos sonreía sin buscar nada a cambio, no nos rodeaban señores atosigándonos y ofreciéndonos ayuda a cambio de dinero ni cosas por el estilo. Se notaba que estábamos en un pueblo, no era un pueblo pequeño pero la vida dentro de él se sentía diferente a la de la ciudad. Tras subir y bajar unas cuantas cuestas (sobretodo subir) nos topamos con un cartel en el que ponía “Hotel Souika” y una flecha indicando el camino. Nos sonaba haber leído sobre él en Internet así que salimos de la zona de puestos para seguir la flecha y tras desviarnos siguiendo otro par de indicaciones llegamos al lugar. Una pequeña puerta con el cartel del hotel era todo lo que había en aquel callejón, bueno, eso y unas escaleras donde parecía que vivían unos pequeños gatitos de los que Sare se enamoró a primera vista, ya no había marcha atrás, debíamos quedarnos en aquél hotel.
Sare frente a una de las puertas más bonitas de Chefchaouen
En el interior del hotel nos encontramos con que el edificio tenía forma de riad. Varios pisos rodeaban un pequeño patio interior y cubierto donde había unos sofás e incluso una televisión. La mesa de recepción se encontraba en este pequeño patio y allí nos atendió un chico algo serio pero amable con el que pudimos hablar un poco en español. Las habitaciones dobles privadas costaban 140 DH la noche y las compartidas 100 DH. Tímidamente, por no confiar mucho en lo que habíamos leído en Internet, le preguntamos sobre la posibilidad de dormir en la azotea. Nos afirmó que era posible, que cada uno debía pagar solo 40 DH y nos ofreció ver donde dormiríamos. Subimos hasta el segundo piso del hotel y salimos a la azotea (digamos que ésta era como un tercer piso). No nos habíamos imaginado algo así. Era una azotea bastante grande que constaba de dos pisos separados por unas pocas escaleras. Desde ambos las vistas eran espectaculares. Donde terminaban los tejados del pueblo azul comenzaban las montañas del Rif, que llegaban hasta donde alcanzaba la vista. En la parte baja de la azotea se encontraban los dos baños compartidos que tendríamos a nuestra disposición los días siguientes y en los que podíamos incluso ducharnos, algunas mesas con sillas, 4 colchones tirados en el suelo y cubiertos por mantas en los cuales parecía no dormir nadie e incluso había una pequeña cocina, aunque nosotros no llegamos a necesitarla. En la parte alta había más mesas con sus sillas (estas eran más bonitas), una tejavana de madera que cubría parte de la azotea y otros 8 colchones más o menos en los cuales solo había una persona tumbada, un francés de unos 35 años que parecía majo pero que se pasó todo el tiempo que estuvimos allí fumando (tabaco no precisamente) y durmiendo. Toda la azotea estaba rodeada de cuerdas en la que la gente colgaba su ropa, tras lavarla en un gran cubo de agua con una manguera que había fuera de uno de los baños (aunque parezca algo demasiado rústico la verdad es que nos fue muy útil).
El chico nos dejó allí para que nos lo pensásemos y, en caso de tomar la decisión de quedarnos, eligiésemos colchones. No nos costó mucho decidirnos, la verdad es que tanto las vistas como la terraza en sí eran espléndidas y hasta teníamos un par de enchufes junto a los colchones. Elegimos los dos colchones más alejados de la entrada, en la parte alta y tras meternos todas las cosas de valor en los bolsillos y dejar nuestras mochilas junto a los colchones, bajamos a recepción para hacer el papeleo. En Marruecos cuando alquilas una habitación de hotel, o en este caso un colchón en la azotea, aparte de pedirte el pasaporte te hacen rellenar un papel con tus datos, motivo del viaje, duración… Le dijimos al chico que de momento nos quedaríamos una noche y que iríamos viendo si nos quedábamos más o no. No dijo que no había problema y que pagásemos el último día las noches que nos hubiésemos quedado. Aun así los dos días siguientes le avisamos de que nos íbamos a quedar uno más (en total fueron 3 noches), uno de ellos de forma bastante cómica ya que se lo dijimos gritándonos de un piso a otro por el patio interior mientras otras 5 personas se asomaban para cotillear.
Después de terminar el papeleo nos despedimos y salimos a echar un vistazo por la zona. Por las fotos que habíamos visto en Instagram, esperábamos encontrarnos un pueblo en el que casi todas las casas fueran azules y estuvieran decoradas con flores y adornos coloridos, pero eso no fue así, al menos no en un principio. Fuera de la medina hay pocas casas azules y dentro sí que lo son pero no muchas están decoradas y por muchas partes se mezcla el azul claro con blanco. No sería hasta dos días después cuando encontrásemos (con ayuda) las calles idílicas con las que habíamos alimentado nuestra mente.
Al día siguiente teníamos intención de ir en taxi compartido hasta un pueblo cercano, Akchour, para visitar una de las famosas cascadas escondidas por los montes de Marruecos. No teníamos muy claro donde se cogían los taxis, porque no era en el sitio donde nos había dejado el taxi de Tánger, así que decidimos echar un ojo por fuera de la medina y finalmente preguntando y mirando por Internet encontramos el sitio. Fuimos a la estación de Taxis y tras asegurarnos de que era el lugar correcto preguntamos sobre cuanto tiempo tendríamos que esperar al día siguiente más o menos si queríamos que se llenase el vehículo para compartirlo. Nos dijeron que no demasiado pero la impresión que nos dio viendo el lugar casi vacío no fue esa, así que decidimos ir pronto por si las moscas.
Jon comiéndose una mazorca de maíz volviendo a la medina
Tras recorrer más callejuelas y fisgar por los puestos de ropa y comida, llegamos a la plaza Uta El Hammam, la plaza más importante de la medina ya que ahí se encuentra la Gran Mezquita y la Kasbah. En esta plaza encontrareis infinidad de restaurantes de diferentes tipos, aunque en su gran mayoría son de comida árabe. Como se acercaba la hora de la cena, los dependientes salían a la calle y se nos acercaban para convencernos de que cenasen en su local, muchos incluso te empiezan a rebajar los precios y a veces incluso puedes encontrarte discutiendo, de forma amigable, a dependientes de diferentes restaurantes por ver quien se lleva a los clientes como si de trofeos se tratase. Les oirás hablar en árabe, francés, inglés, español e incluso chino. Vimos que en la mayoría de restaurantes una cena costaba alrededor de 50DH, y esta incluía 2 platos más un postre. Tras dar una vuelta alrededor de la plaza y disfrutar del ambiente de ésta ya habiendo anochecido, decidimos sentarnos en la terraza de un local y pedir una cena para compartir. Nos sorprendió gratamente ver que el menú incluía varios panes árabes y unas olivas de aperitivo. En total entre el menú y una botella de agua fría nos dejamos 60DH aquella noche entre los dos, un precio muy reducido que nos permitió disfrutar de una cena muy buena con vistas a la plaza y a la iluminada Kasbah, que estaba preciosa bajo el cielo nocturno. Si cenáis aquí seguro que a lo largo de la cena se os acercan al menos media docena de niños intentando venderos souvenirs, nosotros no compramos ninguno pero nos hizo bastante gracia que alguno de ellos vino incluso más de una vez a ofrecernos lo mismo. Como en cualquier parte de Marruecos, las calles están llenas de gatos, así que si os gustan y no tenéis alergia podréis disfrutar de una buena cena acariciando uno en vuestro regazo, siempre y cuando le deis algo de pollo (como mínimo, son bastante exquisitos y no quieren simplemente pan). Después de cenar y debido a nuestro cansancio, decidimos ir directos al hotel, ya que a la mañana siguiente nos esperaba un duro día de caminata por el monte.
Cena en la plaza Uta El Hammam
La azotea del hotel tenía una luz azul que iluminaba la zona de las mesas, y encima de las camas había otras que podíamos apagar y encender a nuestro antojo. Para que la noche fuese más agradable decidimos unir los colchones y dormir juntos, aunque Sare no se fiaba de la higiene de nuestras mantas así que antes de acostarnos se enfundaría su saco de dormir. Como habíamos decidido ducharnos por la mañana, nos pusimos los pijamas, apagamos la luz y le dimos las buenas noches a Chefchaouen. Aquél había sido el mejor día en lo que llevábamos de viaje y, sorprendentemente, ambos dormimos mucho mejor aquella noche en esos colchones tirados en el suelo y al aire libre que las noches anteriores en la gran cama del hotel de Tánger. Estaba claro que aquel lugar nos había enamorado desde el primer minuto.
Nuestro día empezó con un desayuno tranquilo en una terraza entre dos callejuelas azules. Por algo más de dos euros cada uno comimos unos huevos, tostadas, queso y olivas con zumo de naranja natural y té. Eso sí, la gente tiene un ritmo diferente por allí y nosotros que queríamos echar a correr a nuestra excursión no podíamos aguantar las ganas de acelerar. ¡Tened paciencia! Al final se acaba contagiando la tranquilidad del lugar.
Mientras desayunábamos se nos acercó una anciana ofreciéndonos higos frescos para comer. Tened en cuenta en toda la comida que cojáis en la calle que la van a lavar con agua de grifo (y lo vais a acabar notando, aunque tengáis cuidado). Nosotros rechazamos la invitación y la señora, mientras se comía ella los higos que no había podido vender, nos contó que su hermana y su cuñado habían fallecido en España por la guerra.
Con la nueva tranquilidad que se nos iba pegando de este maravilloso pueblo, llegamos a la estación de taxis en la que habíamos consultado el día anterior a las 10:45AM. La verdad es que por el tipo de excursión y los comentarios que nos habían hecho los taxistas, creíamos que nos tocaría esperar un buen rato para que se llenara el taxi. Por suerte, había una cuadrilla de cuatro chicos marroquíes que al parecer estaban haciendo turismo nacional y con nosotros dos ya llenamos el taxi. No sabemos cuánto tiempo podían llevar ellos allí, os recomendamos que intentéis madrugar un poco por si hay poca gente.
Coger un taxi compartido en Marruecos es la forma más barata de moverte a este tipo de excursiones, pero no intentes ir demasiado lejos, porque espacio de sobra no vas a tener. Nos metimos los seis (¡y el conductor!) en un coche que tendría como 15 años y nos pusimos rumbo a Akchour por tan solo 25DH por persona. Fueron aproximadamente 45 minutos de trayecto hasta nuestro destino.
Al llegar allí te vas a encontrar con muchas tiendas y puestos de comida. Nosotros te recomendamos que, si te puedes llevar un bocadillo o algo fácil de comer que hayas comprado en Chefchaouen lo hagas, porque siempre va a ser más barato que en la propia excursión. Y asegúrate de llevar una buena cantidad de agua, sobre todo si viajas en verano.
Akchour como pueblo no es un lugar con gran reclamo turístico, y quien va hasta allí es siempre para hacer senderismo o visitar esta zona. La excursión tiene por lo general dos opciones: o vas hacia el Puente de Dios, o vas hacia la Pequeña y la Gran Cascada. Si tienes tu propio coche y no estás pendiente de horarios de los taxis puedes animarte a hacer los dos, aunque será una buena caminata. Nosotros preferíamos dedicarnos a uno de los caminos porque sabíamos que iba a ser difícil y además no queríamos tener que ir corriendo, queríamos disfrutarlo sin prisa.
Primeras terrazas de la ruta
Desde nuestro punto de vista, el camino es largo y complicado. Una vez elegimos la ruta correcta estuvimos aproximadamente dos horas andando. El camino sube, baja, cruza el río y lo vuelve a cruzar como diez veces, a veces con pasos mejor montados que otras. Te va a ser fácil encontrar sitios improvisados donde pararte a tomar algo o comprar comida o agua para seguir, aunque cuando quedan aproximadamente 45 minutos para la Gran Cascada los chiringuitos desaparecen hasta casi el final. Nosotros, a pesar de que habíamos llevado varios litros de agua, tuvimos que comprar cuando estábamos casi llegando. Es un poco más cara justo al llegar a la cascada, ya que allí perdido no vas a encontrar agua en otro sitio y lo saben. Mantienen las botellas frescas con agua del río y de la cascada, y la gente local rellenaba allí sus botellas, aunque nosotros no nos atrevimos porque no teníamos claro cómo nos podía sentar. Por otro lado, tampoco teníamos claro que el agua de la botella que compramos no fuera de la cascada también, pero como no había muchas opciones la bebimos igualmente.
Encontrar el camino en sí no te va a ser muy difícil más que al principio. Nosotros tuvimos la grandísima suerte de contar con un guía increíble que se sabía el camino de memoria, un perrito que empezó a seguirnos casi al principio de la caminata y que no se separó hasta llegar a la última caseta, donde los dueños le recibieron con muchas fiestas. Juramos que, cuando no sabíamos por dónde ir, le seguíamos a él sin dudarlo. Como debes seguir el río, vas a ver a mucha gente que hace la excursión para bañarse allí, en los primeros estanques. La verdad es que el agua es tranquila y el sitio es bonito, con locales alrededor con comida tentadora, aunque nosotros no paramos porque preferíamos llegar a la cascada y parar a la vuelta. Por el camino también vas a encontrar terrazas maravillosas y charcas con algo de agua. Las mesas y las sillas están colocadas donde cubre menos de forma que puedes tomar un zumo natural con los pies a remojo, y donde cubre más hay gente dándose un baño. No os agobies si vais en época de más calor y durante una buena parte de la caminata veis charcas sin agua, nosotros teníamos algo de miedo, pero en la Cascada encontramos agua de sobra.
Uno de los cruces del río con nuestro guía Perry
Al llegar a la Gran Cascada, aunque no la pilláramos en su momento más caudaloso, se nos pasó un poco el agotamiento del camino. No se nos pasó realmente, porque había sido horrible, pero sabíamos que había merecido la pena. Se trata de una pared con diferentes capas de roca y musgo y de más de 70 metros de altura por la que cae el agua hasta el último tramo, donde la pared desaparece y sólo queda el agua sobre el lago. Nos acercamos con todas nuestras cosas hasta el borde mismo y dejamos las mochilas entre dos piedras, intentando encajarlas y taparlas más por miedo a que cayeran al agua que a algún robo. Hasta allí llegan sobre todo cuadrillas de gente joven y local, aunque también vimos algún turista (apenas un par que se fueron casi cuando llegábamos) y alguna familia. Tenéis terrazas para un merecido descanso, aunque el descanso que más nos apetecía a nosotros después de la paliza era meternos en el agua.
Gran Cascada de Akchour
El calor, la caminata y el saber que nos lo habíamos ganado nos animaron a mostrar nuestro mejor bañador y lanzarnos a la zambullida. A pesar de que las mujeres en bañador tampoco abundaban allí, cuando llegamos había una chica turista cambiándose y aquella vez no hubo excusas ni miedos posibles, ¡me había ganado el baño! Tengo que decir que, aunque nos quedamos solos con gente local, en ningún momento me sentí incómoda como me había pasado en Tánger, ¡no perdáis la experiencia de un baño en un lugar tan increíble por miedo!
Aunque tuvimos serias dudas sobre el baño al tocar el agua, que calculo que estaría a unos diez grados bajo cero, no era momento de renquear. Habíamos hecho todo el camino con la idea repitiéndose en nuestra mente “llega hasta el final y te bañarás en una cascada perdida en medio de Marruecos”. Había que bañarse. Ese paisaje y ese momento lo merecían.
Animaos a un chapuzón y celebrad vuestro logro con la gente que ha llegado hasta allí. Ni siquiera hace falta que hables con nadie para compartir esa sensación de triunfo, se respira en el ambiente. Sólo báñate y observa desde las rocas a los niños jugar y a los más temerarios escalar la pared para saltar al agua, y deja que te contagie la alegría y la música que suena a todo volumen.
Merecido baño a los pies de la cascada
Nuestro baño, que empezó lento y haciendo frente al frío repentino, acabó de repente con la visita de una serpiente que también quería disfrutar del merecido baño. Está bien, llamarla serpiente es algo dramático, puede que sólo fuera una culebra. Pero en España yo nunca me he bañado con culebras verdes asomando la cabecita alrededor, ¿vosotros sí? Pasó entre nosotros y una niña de unos ocho años. Nosotros echamos a correr y la niña nos miró como si estuviéramos locos. Supongo que pensó que sólo era una culebrilla. “¡Las del agua no hacen nada!” nos dijo más adelante un chico marroquí cuando le contamos la experiencia, riéndose de nosotros. Bueno, por si acaso, más vale mantener distancias.
Salimos del agua y volvimos a nuestras rocas a observar mientras nos secábamos. Andar por ese lago es una tortura, llevad un buen calzado para río. Después de descansar un poco simplemente observando el paisaje, era hora de volver. Cambiarse de ropa no es fácil, haceros a la idea de envolveros en vuestra toalla delante de todo el mundo y cuanto menos lo penséis, mejor.
El camino de vuelta se hace por el mismo sitio que el de ida. No hay más opciones y no se puede volver dando otro paseo. En este caso, se hace un poco más suave y más corto (una hora y tres cuartos más o menos) pero sigue siendo difícil. Nosotros queríamos llegar con tiempo de descansar en las terrazas que habíamos visto al inicio, donde esperábamos que no hubiera tanta gente ya, y con la idea de que tenía que darnos tiempo a encontrar a alguien para compartir el taxi.
Al llegar de nuevo hasta el inicio, nos decantamos por coger un zumo de naranja natural en un puesto en la carretera (servido en vasos lavados con esa agua que no está claro cómo va a sentarte, como no) y llevarlo a aquellas mesas que habíamos visto sumergidas en el agua.
Nos quitamos las botas de monte, que nos lo habíamos ganado, y nos sentamos al borde del río. Nos costó estar a gusto porque no dejaban de comernos las avispas, que querían nuestro zumo por estar dulce, y a mí me dan pavor. Un camarero local que limpiaba mesas me salvó la vida. Cogió mi zumo y vertió un poco un par de mesas más allá. Todas las avispas se quedaron allí y yo pude disfrutar de mi zumo y mi tranquilidad el resto de la tarde. Seguid este consejo local porque es una maravilla.
Terrazas en el agua
Nosotros nos alegramos de haber dejado el descanso para el final. Aunque cuando llegamos fue horrible tener que saltarnos esas maravillosas terrazas para patear, sentarnos y mojar los pies después de la paliza con esas vistas fue un total remanso de paz. Llaman a Akchour el paraíso perdido, y quien se pare unos minutos a observar estas vistas sabrá que no exageran.
Merecido descanso después de la caminata
A las 20:00 de la tarde volvimos al puesto de taxis y anunciamos que queríamos compartir un taxi a Chaouen. Teníamos alguna duda, porque habíamos leído mucho sobre cómo llegar desde Chaouen hasta allí pero nada sobre cómo volver. Tranquilos, los taxistas están por allí al menos hasta última hora de la tarde. Por primera vez, tocó esperar con otro par de chicos, y esto también es un espectáculo. Decir que se espera es una forma de hablar. Todos los que estén listos se suben al taxi y se recorre el camino una y otra vez, mientras el taxista se asoma por la ventana y grita el nombre del destino. Finalmente encontramos a un chico que quería ir, aunque el taxista se resistía a cogerle porque en total deben ser seis personas, con él seríamos cinco y es más difícil encontrar a viajeros solos. En ese caso podéis pagar, si queréis, la plaza extra y arrancar. Nosotros esperamos y al de 20 o 25 minutos encontramos a otra pareja que quería ir. Yo sentía cargo de conciencia por el hombre que iba solo y al que íbamos a dejar tirado, pero no sufráis porque el conductor sacó un taburete del maletero y lo colocó sobre un hueco libre en el suelo del coche y voilá, ya íbamos siete y el conductor (lo cual, por cierto, no hace que vuestra plaza sea más barata).
De vuelta en Chefcahouen nos arrastramos, agotados, a la plaza donde habíamos estado la noche anterior para cenar de nuevo uno de esos maravillosos menús con couscous o tajin por 50DH. En la plaza se respira fiesta cada noche, sin duda es un gran sitio para terminar el día. Nosotros cenamos observando el espectáculo callejero y nos levantamos corriendo a bailar al ritmo de un grupo cuyo chico, aunque le ponía intención, tenemos que decir que cantaba muy mal. Aunque en ese momento no parecía importarle a nadie, porque todo el mundo coreaba y daba palmas.
En la plaza encontraréis, si no vais muy tarde, a mujeres que ofrecen tatuajes de henna. Yo ya me había hecho en Egipto y Túnez, y es una maravilla simplemente ver cómo lo hacen, porque es algo que yo jamás podré hacer, así que tenía claro que quería uno. Llenan la jeringa de henna y tardan cinco minutos en llenarte el dorso de la mano y parte del brazo en una obra de arte (que debes dejar secar durante un buen rato).
Tatuaje de Henna en Chefchaouen
Aquél iba a ser nuestro último día completo en Chefchaouen, y queríamos aprovecharlo al máximo. Teníamos miedo a cometer un error por no quedarnos más tiempo en ese pueblo que tanto nos había gustado. Un miedo que es normal en este tipo de viajes, porque sabes que una vez dejas el lugar ya no volverás durante el viaje, quien sabe si tu próximo destino será tan especial para ti o si te arrepentirás de haber dado más tiempo a unas cosas que a otras.
Desde hacía meses, cuando empezamos a pensar en visitar Chefchaouen, una de las cosas que más nos apetecía hacer allí era andar por las calles llenas de contrastes entre los colores de las flores y las telas y el fuerte azul de las paredes. Descubrir los lugares donde se sacan esas fotos que todos nos encontramos en Instagram pero siempre sin ubicación y que parecen tan idílicas. Las partes del pueblo que habíamos visitado eran muy bonitas y algunos rincones eran especialmente llamativos pero aun no habíamos dado con los lugares tan interesantes que encontrábamos por Internet, lo cual aumentaba nuestras ganas de descubrirlos. Ese sería nuestro propósito principal aquel día, pero había muchas otras cosas que hacer y no podíamos dejarlas de lado así que decidimos hacer antes lo demás y dejar la búsqueda para la tarde.
La mañana empezó con un buen susto. Al despertar lo primero que vio Sare fue mi cara de asombro, y no entendía por qué le miraba así. Resulta que el tatuaje de henna que se había hecho la noche anterior había desteñido, y se le había marcado por varias partes del cuerpo. Su pijama estaba lleno de marcas y lo peor de todo fue que incluso tenía alguna en la cara. Ella corrió a enjabonarse mientras yo intentaba tranquilizarla pero no había manera. Por experiencias así os decimos que tengáis mucho cuidado con estas cosas, nunca sabes cuando te puede pasar algo así por lo que lo mejor es informarse bien de qué tipo de henna os estáis echando y de como debéis proceder después de haceros el tatuaje. Afortunadamente las marcas de la piel de Sare se le consiguieron quitar, aunque tras mucho frotar, pero el pijama ha quedado con esos recuerdos para siempre.
Aun no teníamos billetes de bus para nuestro viaje del día siguiente, dirección Fez, así que después de desayunar salimos de la medina y fuimos caminando hasta la estación de buses, que se llama Gare Routière. Gracias a Google Maps no fue difícil encontrarla, se encuentra a unos 15 minutos de la entrada a la medina, pero casi al final del camino hay que bajar una gran cuesta que, si no llevas maletas, no cuesta bajarla pero subirla sí que debía ser duro, nosotros afortunadamente cogimos otro camino para visitar un mirador, pero eso os lo contaremos más tarde.Uno de los bonitos murales que podéis encontraros fuera de la medina, representa la Plaza Uta el Hammam
Al llegar, casi parecía una parada de buses abandonada, prácticamente no había nadie y no había señales de ningún tipo que informasen de donde se cogían los billetes. Nos acercamos para preguntar a un pequeño bar que había en una esquina de la estación y allí, subiendo unas escaleras, era donde se encontraban las diferentes compañías y donde ponía los horarios de los buses. En marruecos hay muchas compañías de buses, pero en todos los sitios que habíamos mirado para informarnos se recomendaba a los turistas utilizar las compañías CTM y Supratours. La diferencia de estas con el resto, en teoría al menos, era que se ajustaban a sus horarios y los autobuses ofrecían un mejor servicio. En otras compañías hasta que no se ocupaban un mínimo de los asientos el autobús no sale de la estación, lo cual puede generar retrasos de varias horas. Nos habíamos informado un poco en Internet y sabíamos que en ese momento nuestra mejor opción era la compañía CTM. Lo que nos sorprendió fue el precio de los billetes, que según la web de la compañía debían ser bastante más baratos. Tras muchas quejas el hombre que nos atendió, algo malhumorado, nos invitó a pasar al otro lado del mostrador y nos enseñó como los asientos de precio inferior ya se habían agotado y solo quedaban asientos del precio que nos indicaba. Finalmente cogimos dos billetes por un precio de 120 DH cada uno, y nos informaron de que debíamos ir con al menos media hora de antelación para facturar las mochilas. Sin duda en nuestro siguiente destino cogeríamos los billetes cuanto antes, lo que significaba cogerlos nada más llegar ya que en Fez solo pasaríamos una noche.
Un poco enfadados por esta subida del precio pero algo más tranquilos al tener los billetes, decidimos seguir con nuestro plan, se nos hacía tarde y aun había mucho que descubrir. Jon había visto un vídeo en Youtube en el que dos viajeros iban a una vieja mezquita española desde la cual había unas vistas espectaculares de todo el pueblo. En Google Maps no conseguimos localizarla pero nos hicimos una idea de donde podríamos tener unas vistas así y nos encaminamos a la aventura. Pasamos por la zona más baja del pueblo y nos dimos cuenta rápido de que esa zona no tenía nada que ver con el resto de Chefchaouen. Había casas en ruinas por todas partes y estaba prácticamente abandonado, a excepción de algunos vagabundos. No recomendamos ir por esa zona, e imaginamos que de noche debe ser aun peor. Finalmente, salimos del pueblo y llegamos a una carretera (Av. Melilla) desde la cual conseguimos unas fotografías muy bonitas. Seguro que si llegamos a andar un rato más hubiésemos encontrado miradores incluso mejores, pero no teníamos demasiado tiempo así que decidimos volver a la medina y seguir con nuestro plan.Vistas de la parte nueva de Chefchaouen desde la Av. Melilla
Sare sentada a las afueras del pueblo con la medina de fondo
Antes de buscar los rincones más idílicos de la medina de Chefchaouen teníamos planeado pasar a visitar la Kasbah, que se e encuentra en la Plaza Uta el Hammam. Pero de camino a esta nos fuimos parando para sacar algunas fotografías.
Siempre es un buen momento para dar mimos a los gatitos callejeros
Sare observando una calle cercana al Hotel Souika
Si te pierdes... ¡Don't worry, be Happy!
Al llegar nos encontramos con que la Kasbah estaba cerrada. Según el horario debía estar abierta así que fuimos a preguntar a uno de los tantos restaurantes de la plaza y nos dijeron que el encargado debía haber ido a comer, que solía tardar más o menos una hora. Por muy extraño que parezca este tipo de cosas no son nada raras allí, no te informan en ningún lado cuando preguntas por el horario de los sitios pero te puedes encontrar el lugar que vas a visitar cerrado por cosas tan simples como esas. Nos fastidió un poco el plan pero decidimos hacer un poco de tiempo comiendo en la misma plaza y después, como aun no habían abierto, pasamos por el hotel para que Sare se cambiase de ropa. Una sesión fotográfica en lugares tan idílicos como los que íbamos a visitar después se merece un bonito vestido.
En el móvil teníamos un par de fotos de los lugares que queríamos encontrar, pero no sabíamos por dónde empezar a buscar así que antes de salir del hotel le preguntamos al recepcionista, que estaba en la calle sentado. No tardó en reconocer el lugar de las fotografías, probablemente no éramos los primeros visitantes que preguntaban por él. Nos dio varias indicaciones pero lo único que conseguimos entender fue que lo primero que teníamos que hacer era subir hasta la Plaza Uta el Hammam y en la zona más alta de esta girar a la izquierda, dijo que no tardaríamos en encontrar el lugar. Subimos hasta la plaza y la Kasbah ya había abierto .pero antes de visitarla necesitábamos cambiar algo de dinero, ya que tras pagar los billetes de bus casi no nos quedaban Dirhams.
En todos los sitios en los que estuvimos en Marruecos había locales para cambiar moneda. De momento solo habíamos cambiado dinero en el aeropuerto de Tánger (10,52 DH por euro ), donde era bastante más caro que en los locales pero te ves obligado a ello ya que no puedes llevar Dirhams de fuera del país. En los locales de las ciudades el cambio rondaba los 10,80 o 10,90 DH por euro. El más barato que habíamos encontrado en Chefchaouen estaba en la parte alta de la Plaza Uta el Hammam, así que allí nos dirigimos.
Tras cambiar el dinero, bajamos un poco hasta la Kasbah, situada en la misma Plaza Uta el Hammam. Se trata de una fortaleza construida en el siglo XVII. Esta amurallada y en el centro hay un pequeño jardín con árboles, flores y hasta una fuente. La entrada cuesta 10 DH por persona, precio que nosotros pagamos pero vimos como bastante gente entraba sin pasar por la taquilla y nadie les dijo nada, por lo que no costaba mucho colarse sin pagar un solo Dirham. Dentro se puede subir tanto a la más alta de las torres, desde donde vigilaban a los enemigos que les atacaban, como visitar las antiguas mazmorras de la fortificación donde encontrareis incluso las cadenas con las que en aquellos tiempos retenían a los presos. Es una visita interesante y que no os llevará demasiado tiempo, aunque hay un museo que nosotros no llegamos a ver y que no sabemos cuánto tiempo puede durar el recorrido por este.Sare subiendo a las murallas de la Kasbah
Las vistas desde lo alto de la torre
Los jardines centrales de la Kasbah
Tras la visita estábamos ansiosos por comenzar nuestra búsqueda.Hicimos caso a lo que nos había dicho el recepcionista del hotel pero no había manera, aquello era un laberinto. Dimos vueltas y vueltas durante un buen rato pero ni rastro de los lugares que queríamos. De todas formas, esta parte alta del pueblo era alucinante. Aunque no encontrábamos los sitios que conocíamos de fotos, paseando por aquellas calles descubrimos otros lugares preciosos y llenos de encanto.Sare junto a la entrada del Hotel Dar Mounir
Uno de los muchos rincones de ChefchaouenLlevábamos ya rato dando vueltas cuando un hombre se nos acercó para ofrecernos comprarle Hachís, algo a lo que desde el primer día nos habíamos acostumbrado. Chefchaouen es uno de los lugares con más plantaciones de cannabis de todo Marruecos y allí es habitual encontrarte a gente vendiendo o fumando estas drogas. No era nuestro caso así que lo rechazamos y, como en el resto de ocasiones que nos había pasado, el hombre dejó de insistir y se fue. Pero pocos minutos después volvió aparecer y se nos acercó de nuevo, pensábamos que nos volvería a ofrecer la droga pero no fue así. Nos preguntó si buscábamos sitios donde sacar fotografías y se ofreció para hacernos de guía, nosotros sabíamos que después nos pediría dinero pero había llegado un punto en el que nos daba igual y queríamos encontrar los mejores lugares así que aceptamos y le acompañamos. Aquél era un hombre muy simpático, nos contó varias anécdotas del pueblo y para nuestro asombro, se nos puso a hablar en Euskera! (el Euskera es una lengua originaria de Euskal Herria, la región de España de la que somos nosotros) Esto nos hizo mucha gracia porque ni siquiera Jon sabe hablarla y aquél hombre a tantos kilómetros de distancia de nuestra tierra, en un continente diferente, la conocía muy bien. Gracias a este hombre descubrimos un sinfín de callejuelas y rincones en los que paramos para sacar fotografías.
Pasándolo en grande, tanto fotógrafo como modelo
Finalmente, llegamos a una calle alargada y bastante ancha en comparación con el resto de la medina, había muy poca gente, pero allí estaban. Por fin dimos con los sitios que tanto ansiábamos encontrar, y eran tal y como nos los habíamos imaginado.
Después el hombre nos llevó a una especie de almacén situado en un sótano en el que, junto a su compañero que estaba en el local, nos mostró gran cantidad de alfombras. Había de todos los tipos y colores y la verdad es que eran preciosas. Todas hechas a mano, nos explicaron el proceso y fueron muy amables, pero no teníamos intención de comprar ninguna y desde un principio fuimos claros al respecto, pero estaba claro que ellos insistirían y al ver que no conseguían lo que querían sí se les notó frustrados y algo molestos. El hombre se despidió de nosotros en la misma puerta del local, dejándonos bastante perdidos pero teníamos intención de seguir visitando aquellas callejuelas así que no nos supuso un gran problema. Le dimos 10 DH y claramente se esperaba más, pero no teníamos más monedas y tampoco podíamos permitirnos gastar más dinero así que tuvo que conformarse con eso y se marchó, probablemente llamándonos de todo en su cabeza.
Seguimos descubriendo aquella zona del pueblo e incluso volvimos a los lugares que ya habíamos visto para sacarnos más fotografías. Encontramos muchísimos sitios interesantes, muchas calles estaban llenas de telas que los vendedores sacaban de las tiendas a modo de escaparates e incluso paramos en una pequeña pastelería para probar unos dulces marroquíes que nos sorprendieron tanto por su bajo precio como por su sabor tan rico.
Llegó la hora de volver al hotel para darnos una ducha y cambiarnos de ropa. Casi no había cobertura y Google Maps no funciona demasiado bien por esa zona, así que tuvimos que guiarnos por nuestra intuición, pero conseguimos llegar. A la mañana siguiente nos iríamos pronto así que aprovechamos para pagar el hotel aquella misma tarde (24 euros por dos personas, tres noches) y terminamos el día despidiéndonos de Chefchaouen cenando rodeados del gran ambiente nocturno en la Plaza Uta el Hammam.
A día de hoy no tenemos que pensar mucho cuando la gente nos pregunta que fue lo que más nos gustó del viaje a Marruecos, Está claro que Chefchaouen es único y si no es el mejor sitio que visitamos durante aquella aventura es uno de los mejores sin lugar a duda. Estamos muy contentos de haber pasado aquellos días tan especiales en el conocido como “Pueblo azul” y si algún día tenemos la oportunidad no dudaremos en volver. Seguro que nos dejamos mil sitios por descubrir de este pueblo, pero fue una visita que nunca olvidaremos.
Aunque nos resistíamos, había llegado el día. Chefchaouen había sido la parada más larga planeada en nuestro itinerario y habíamos encontrado un sitio que nos encantaba, mucho más aún después de una experiencia regular en Tánger. Pensábamos que estábamos pagando cuatro euros por dormir en una terraza con el cielo despejado encima, donde nos despertaba el sol y estábamos más a pierna suelta que en una cama y habitación privadas. Ya casi era rutina la gente de la terraza, que vivían a un ritmo de tortuga increíble y parecían tan felices todos los días. Teníamos que volver a coger nuestras mochilas y echar a andar, pero era una decisión complicada. Acababan de llegar más mochileros que se habían tirado en el colchón de al lado, y nos apetecía quedarnos allí y simplemente tomar el té con aquellas vistas.
Pero había que seguir el camino. Teníamos en nuestro horizonte mil sitios que queríamos ver y que también hacían que nos revolotearan los nervios en el estómago. Así que recogimos nuestras cosas, cargamos nuestras mochilas y nos pusimos en marcha hacia la estación de autobuses que habíamos investigado el día anterior. No teníamos ni idea de los lujos que estábamos dejando atrás en aquel hostal para mochileros tan bien montado, una experiencia que os recomendamos cien por cien y que nos alegramos de que fuera nuestro primer contacto como mochileros porque sabemos que nos dará ánimos para muchas otras veces.
Llegamos a la estación de autobuses antes de tiempo, por eso de que más valía prevenir. Si lleváis maletas, o en este caso mochilas grandes, que no puedan ir con vosotros en el bus, tendréis que pasar por el mostrador para hacer una especie de “chek-in”. Cobran aproximadamente 5 DH por pieza de equipaje, a nosotros en este caso nos dejaron por la mitad de precio al ser unas mochilas grandes (5 DH en total). Y nos sentamos a esperar a nuestro bus.
Y esperamos.
Y esperamos.
Y la verdad seguimos esperando mucho tiempo. Nos sentíamos cada vez más agobiados. Había autobuses que iban a Fez, pero no eran de nuestra compañía, y si no llega a ser porque había otra pareja y un grupito de chicas con el mismo billete que nosotros, hubiéramos entrado en pánico.
El autobús de CTM llegó 45 minutos tarde a Chefcahouen, y por lo tanto acumulaba al menos ese mismo retraso respecto a la hora de llegada a Fez. Nos esperaban casi cinco horas en aquel autobús que arrancó y se adentró en las temibles carreteras mientras nosotros mirábamos aquel pueblo perdido entre las montañas.
Un trocito de nuestro corazón se quedaría siempre teñido de azul.
Adiós Chaouen