En esta ocasión os queremos contar nuestra gran experiencia recorriendo un país tan especial como lo es Marruecos, con nada más que nuestra mochila a la espalda, el dinero justo y muchísimas ganas de vivir aventuras. Para nosotros pasar estos 15 días conociendo gente, lugares y costumbres tan diferentes a las que estamos acostumbrados ha tenido un gran significado, nos ha hecho sentir y vivir experiencias que no esperábamos y por ello nos ha marcado para siempre.
A un paso de España hemos encontrado un mundo completamente diferente. Un país lleno de olores, colores, sabores, gente extraordinaria… Habíamos oído lo sorprendente que puede llegar a ser el choque cultural y aun así no esperábamos un país tan diferente al nuestro. Incluso entre sus regiones pudimos apreciar un sinfín de contrastes.
Era la primera vez que viajábamos sin hacer planes ni reservas. En vez de maleta metimos en una mochila todo lo necesario para recorrer el país durante 15 días y decidimos no coger de antemano hotel ni transporte para poder improvisar allí. Nuestro objetivo: conocer el mayor número de sitios posibles gastando lo mínimo.
Aquí os dejamos un resumen diario de nuestro paso por Marruecos para compartir con vosotros nuestras experiencias y, además de entreteneros y alimentar vuestro espíritu aventurero, ayudaros en todo lo que podamos en vuestros futuros viajes a este sorprendente país.
Con casi dos meses de antelación conseguimos un vuelo con escala en Lisboa y Destino Tánger para el día 16 de Julio. Nos costó a cada uno 97€ con la compañía TAP Air Portugal y gracias a ellos vivimos nuestra primera aventura, no precisamente de las buenas.
Llegamos al aeropuerto de Bilbao a las 18:30pm con la salida de nuestro vuelo programada para las 19:50pm y nos encontramos que estaba retrasado. Teníamos muy poco tiempo entre la llegada de nuestro vuelo a Lisboa y la salida del segundo vuelo hacia Tánger así que nuestra primera reacción fue llamar a la compañía y preguntar qué pasaría si perdíamos ese segundo vuelo. Nos ofrecieron pasar la noche en Lisboa y recolocarnos en otro vuelo, pero el del día siguiente estaba lleno, por lo que tendríamos que ir a Casablanca y allí coger un bus a Tánger. Finalmente, nuestro vuelo salió de Bilbao aproximadamente a las 21:00pm. Al llegar a Lisboa pensábamos que ya habíamos perdido el enlace, ni siquiera aparecía en las pantallas, pero el personal del aeropuerto nos dijo que también estaba retrasado.
Tras varias horas de espera en el aeropuerto, una hora dentro de un minibús en la pista de despegue (cual lata de sardinas y a 30 ℃) y un cambio de avión por problemas técnicos, conseguimos despegar sobre la 1:15am. En resumen, la compañía deja mucho que desear, no tuvo ninguna consideración con los pasajeros y los aviones son pequeños y lentos. Pero eso sí, dan un “bocadillito” para cenar ¡Bien rico que estaba!Sare junto a nuestro avión en el Aeropuerto de Tánger-Ibn Battuta
Llegamos al aeropuerto de Tánger a las 3:00am aproximadamente y cambiamos el dinero justo para pagar un taxi hasta el hotel, ya que el cambio de moneda en el Aeropuerto es más caro que en la ciudad. El dírham o DH es la moneda oficial del Reino de Marruecos y 1€ equivale a 10,8DH. Las tarifas de los taxis están en la entrada del aeropuerto, en un cartel oficial, así que no pensábamos que fuéramos a tener problemas. Nada más lejos de la realidad. Los taxistas, justificándose con que la tarifa de 150DH hasta Tánger que aparecía en el tablón se refería únicamente a si el destino era la estación de buses, nos querían cobrar 200DH por llevarnos hasta nuestro hotel. Al principio no queríamos ceder y estuvimos más de media hora discutiendo, pero finalmente tuvimos que pagar el precio que pedían. Al fin y al cabo, todos se unían para ofrecer el mismo precio y no había otro transporte disponible a esas horas, ni internet, ni gente por la zona, ni línea de teléfono para contactar con el hotel…
Llegamos al Hotel Lutetia a las 4:00am aproximadamente. La única reserva de alojamiento que habíamos hecho previamente era coger las dos primeras noches en este hotel porque íbamos a llegar de noche. Habíamos llamado desde Bilbao al ver el retraso para explicar la situación y fueron muy amables, incluso aceptando que retrasáramos la reserva un día si finalmente no podíamos llegar a Tánger esa noche.
Al llegar al hotel el portero, un joven marroquí muy simpático, estaba durmiendo sobre un colchón tirado en el suelo de la planta baja del edificio. No sabemos si esto lo hizo por esperarnos a nosotros o si era algo habitual en el hotel, pero nos pareció muy curioso, unido a que el chico llevaba un dedo del pie envuelto en celo a modo de tirita. Aunque a esas horas de la madrugada la zona del hotel no nos pareció la más adecuada y la habitación no tenía ningún lujo, estábamos agotados y nos fuimos directos a dormir.
¡Buenos días Tánger!
Llegaba el segundo día de nuestra aventura con la mochila a cuestas por Marruecos, aunque sabíamos que, visto lo visto el día anterior, iba a ser el primero. Teníamos mil cosas que hacer antes de empezar realmente a conocer la ciudad y muy poquito tiempo. En nuestro plan inicial la idea era dejar Tánger al día siguiente, pero ¿sólo íbamos a estar 24 horas? La parte buena de viajar sin organizar nada era que podíamos pensarlo.
En primer lugar, decidimos conseguirnos una línea de teléfono. Aunque la idea de practicar el desapego durante esos días nos tentaba, no queríamos quedarnos descolgados de casa, siempre es bueno tener opción de llamar a alguien en un apuro. En estos casos no utilicéis servicios de vuestras compañías telefónicas, ¡va a ser una millonada! Nosotros nos fuimos a la primera tienda de telefonía IAM Maroc Telecom que pudimos encontrar y compramos una tarjeta de teléfono SIM con 20DH de presupuesto en llamadas y acceso a internet. Casi como cuando éramos pequeños, recargamos nuestra tarjetita en una tienda de chucherías. Calculad que cada 10DH conseguís 1 GB de navegación Ya estábamos listos para echar a andar.
Desayunamos en la calle, en un mirador donde la gente pasaba y se paraba a hablar, y no fuimos la excepción. Apenas llevábamos ahí unos minutos cuando se nos acercó un señor, claramente reconociéndonos como turistas perdidos. “¿De España?” Que rápido te calan en estos sitios. Si alguien ha estado en Tánger, no me extrañaría que conociera a Mustafa. Ofrece acompañamiento para visitar la ciudad, aunque nosotros preferimos empezar perdiéndonos por nuestra cuenta, pero nos quedamos un rato hablando con él. Seguidor incondicional del Athletic Club de Bilbao y con una memoria prodigiosa para los nombres de futbolistas vascos, estuvo un rato comentándonos qué debíamos visitar y qué debíamos evitar. “Tánger está muy cerca de España, estamos acostumbrados. Aunque hay algunas personas raras, esos no son tangerinos de verdad, no nos representan. Los tangerinos de toda la vida somos amables”. Mustafa parecía conocer gente de todas partes, parecía haber ido a todos lados, y resulta que nunca había salido de casa. Sin embargo, había aprendido acercándose a gente y hablando. Se camuflaba entre los demás con su chilaba y su gorro en la cabeza, hasta que le oías gritar “¡Eh, amigo vasco!” y ahí estaba. Hasta tres veces le vimos y nos reconoció, desde las escaleras de su casa hasta en una terraza tomando algo y charlando con otra pareja española.
Nosotros seguimos nuestra visita en solitario. Nos metimos entre calles intentando encontrar una mezquita, con ganas de empezar a ver de cerca la cultura. Casi sin darte cuenta estás sumergido en el Zoco Grande, en la Medina de la cuidad, la parte vieja. Ahí es donde respiras la cultura nueva (y, no vamos a negarlo, también se respiran olores a los que nos costó acostumbrarnos). Es un sitio excepcional para comprar artículos locales y empezar a practicar el regateo. Aunque lo avisamos, ¡a nosotros en Tánger nadie nos aceptó ningún regateo! Será que éramos novatos o que, como decía Mustafa, estábamos aún demasiado cerca de España.
Juntos delante de una de las miles puertas de la Medina.
Murales en la parte vieja
Seguimos caminando hasta la plaza del 9 de abril y nos encontramos con nuestra primera mezquita. Tuvimos la buena suerte de estar sacando la típica foto de turista cuando sonó la llamada a la oración. Aunque el acceso a los no musulmanes está totalmente prohibido, pudimos quedarnos a una distancia respetuosa de la puerta y ver a la gente llegar para rezar.
Jon frente a la mezquita Sidi Bu Abid en la Plaza del 9 de abril.
Seguimos nuestro recorrido adentrándonos más en las calles. Queríamos encontrar el mercado más típico posible, y nos moríamos por ver telas y a los tejedores. No fueron tan fáciles de encontrar como habíamos imaginado al principio. Para el que se conozca la Medina seguro que es muy sencillo, pero para nosotros todo eran calles laberínticas. Al final entre dos puestos de comida y por unas escaleras llegamos a un patio interior donde no había nadie paseando.
Encontramos a los tejedores dentro de sus talleres, trabajando, con algo de respeto por ser los únicos turistas que se adentraban a cotillear. Junto con Mustafa, fueron las personas más amables que encontramos. Les preguntamos si podíamos ver cómo trabajaban y nos dejaron entrar, explicándonos el proceso para las bufandas, las alfombras… “En hacer algo así podemos tardar unas cinco horas”, decían. Una obra maestra de bordados que no cabía en mi cabeza que se pudiera hacer con tanta facilidad.
Tejedores trabajando en su taller.
Nos despedimos de los tejedores para seguir nuestro camino y decidimos aprovechar el día para visitar la costa por primera y última vez, ya que nuestro camino se iba a adentrar en el interior irremediablemente. En ese momento se torció nuestra estancia en Tánger.
La playa de Tánger está a un paseo de la zona vieja y es mucho más turística. Puedes ver los ferrys que van y vienen a diario desde el sur de España. Mucha gente tiene esa playa como punto de acceso o salida en sus viajes turísticos. Sin embargo, ir a la playa como tal es otro cantar. A pesar del calor que hacía, nuestros primeros pasos fueron cautelosos y nos limitamos a extender la toalla en la arena y observar. Aunque mucha gente se bañaba en el agua y parecía a gusto, yo me planteé seriamente si tenía tantas ganas de un baño como para entrar en esa agua. Pero quedarse en la toalla y tomar el sol tampoco es una opción viable.
Recalco para cualquier mujer que vaya a Marruecos que no vais a ver a mujeres en bañador. Podéis pensar que tal vez sólo veáis turistas, podéis pensar que tal vez no sea en bikini, pero sí en bañador, o podéis pensar que tal vez no en el interior, pero en Tánger, al lado de España, seguro que sí, ¿no? Bueno, en base a lo que nosotros vimos, la respuesta es no.
Había escasas mujeres en la playa, todas ellas musulmanas vestidas con ropas completas. La mayoría, salvo excepciones como alguna niña, estaban en la toalla con niños pequeños. Los que corren, juegan, saltan y se bañan son hombres y sólo hombres.
Hablo a nivel personal y únicamente por mi propia experiencia, pero la hora que pasamos en aquella playa fue la peor de nuestro viaje desde mi punto de vista. Según pusimos los pies en la arena la gente mostró abiertamente no estar de acuerdo. Nos pidieron (supongo que en realidad sólo a mí) que nos tapáramos, todo el mundo nos echó (puede que no voluntariamente en realidad) arena y agua al correr casi pisando nuestra toalla. Estaba tan incómoda que Jon me abrazó y eso provocó muchos comentarios a nuestro alrededor pidiéndonos literalmente que no hiciéramos “cosas de adultos” en público (con un lenguaje mucho mucho menos delicado).
Tal vez todas las turistas estaban como yo, que llevaba mi bañador escondido debajo de la ropa y no me atrevía a enseñarlo. Tal vez todas se habían acercado con sus mejores intenciones y se habían quedado en el borde de la arena dubitativas. Tal vez yo era demasiado ilusa al pensar que realmente no iba a pasar nada por un bañador. Sea como sea, el plan de playa no pudo ser, y Tánger dejó un sabor muy agridulce en nosotros y en nuestro viaje. Yo no me atreví a permitirme disfrutar de la playa y el sol, pero ojalá hubiera visto a otra mujer turista algo más valiente que yo atreviéndose para poder seguirla.
Seguimos con nuestro paseo mucho menos animados y subimos de nuevo a la medina para poder bajar hasta la Mezquita del Puerto donde llegamos a tiempo de ver el atardecer.
Frente a la Mezquita del Puerto al atardecer
Esperamos hasta que se fue algo de luz, aunque no hasta el anochecer, y nos pusimos rumbo al hotel de nuevo. Por el camino compramos algo de comida barata y un litro de helado de chocolate por un precio irrisorio y cenamos en el balcón de la habitación, con una temperatura agradable y vistas al puerto. Veinticuatro horas en Tánger habían sido suficientes para nosotros, al día siguiente iríamos a un nuevo destino.
Tras la mala experiencia en la playa del día anterior, despertamos aquella mañana con la mente puesta en nuestro siguiente destino, Chefchaouen, pero antes nos quedaba por hacer una última cosa en Tánger, visitar la antigua Sinagoga Nahon. Nos dimos una ducha rápida, preparamos las mochilas para nuestro viaje y las dejamos junto a la cama para que tras nuestra visita rápida a la sinagoga solo nos quedase recogerlas y partir.
Sare junto a uno de los viejos cañones que hay por la ciudad
La Sinagoga Nahon, construida en 1878, es una de las más bonitas que se pueden encontrar en Marruecos. Su techo repleto de lámparas colgantes y algunos detalles como el hecho de que aún se puedan ver en los asientos los nombres de los miembros a los que correspondía cada uno en 1925 le dan un toque único y muy especial. La ciudad de Tánger llegó a contar con más de 17.000 judíos y 15 sinagogas, pero hoy en día tan solo quedan alrededor de 150 judíos y esta sinagoga, donde se pueden encontrar las reliquias de todas las anteriores y que se ha convertido en museo.
Para llegar hasta ella nos tuvimos que perder por las callejuelas de la medina. Hubo quien se ofreció a ayudarnos, pero esta vez no nos dieron buena sensación y preferimos rechazar la ayuda. Menos mal que fue así porque incluso en la última esquina antes de llegar a la entrada de la sinagoga, un hombre nos decía que fuésemos con él por otro callejón, afortunadamente un vecino salió de su casa y le empezó a hablar en árabe de tal forma que a nosotros nos pareció que le estaba recriminando algo, así que hicimos caso omiso y nos guiamos por nuestra intuición, llegando por fin a la puerta correcta.
Una verja negra nos separaba del pequeño patio exterior de la sinagoga, pero el hombre que estaba dentro nos la abrió y nos invitó a pasar. Este hombre era quien cuidaba de la sinagoga y quien hacía de guía para aquellos visitantes interesados. Nos enseñó todo el templo, explicándonos el uso de cada objeto y cada parte del mismo, así como las tradiciones judías que se llevaban a cabo allí. Antes de entrar el señor nos acercó un kipá (un pequeño gorro utilizado por los varones judíos) y le pregunto a Jon a ver si era judío o cristiano. Sin saber si sería correcto confesar que era ateo, dijo que no era judío pero que se pondría encantado el kipá, por respeto. El hombre esbozó una sonrisa y se lo colocó sin ningún tipo de problema. A posteriori hemos leído que este tipo de gorro es obligatorio dentro de las sinagogas incluso para los no creyentes, aunque si Jon no hubiese pedido que se lo pusiesen creemos que el hombre no lo habría hecho.
Jon con el kipá observando las lamparas de la Sinagoga Nahon
Algunas de las reliquias que encontrareis en la Sinagoga NahonLa visita fue muy interesante y satisfactoria, la Sinagoga Nahon también tiene un cementerio muy conocido pero a nosotros no se nos ofreció visitarlo y tampoco preguntamos por él, ya que no teníamos demasiado tiempo. Al finalizar le preguntamos al amable hombre cuanto debíamos pagarle (cosa que siempre se debería hacer antes y no después de la visita) y nos dijo que pagásemos lo que quisiésemos. Tras buscar unas monedas le dimos alrededor de 20DH.
Tras conseguir salir de la medina, nos permitimos tomar un té de menta cerca de nuestro hotel, ya que por delante nos esperaba una larga caminata cargados con las mochilas hasta la estación de buses. Beber un té hirviendo fue una sensación muy extraña al estar a más de 30℃, pero a lo largo de nuestro viaje aprendimos a agradecer estos tés porque, aunque parezca mentira, sientan genial con esos calores.
Tras ese breve descanso recogimos nuestras cosas del hotel, pagamos la estancia (más o menos 40€ en total, precio que visto lo que nos gastamos en alojamiento durante el resto del viaje fue muy caro) nos despedimos del dueño del hotel y comenzamos una caminata de media hora bajo el sol abrasador. Lógicamente tuvimos que hacer varias paradas en pequeñas zonas con sombra, lo cual nos retrasó bastante. Estos son los inconvenientes que tiene el ir de mochileros intentando ahorrar lo máximo posible, que no nos podemos permitir coger un taxi.
Finalmente llegamos a la estación de Grand Taxi (junto a la estación de buses). En Marruecos existen dos tipos de taxi: el petit taxi y el grand taxi. Los primeros son muy pequeños y su color varía dependiendo de la ciudad en la que estés (en Tánger son azules). Estos se utilizan para trayectos cortos dentro de la ciudad, y si no queréis que os timen es recomendable negociar los precios antes de montaros o pedirles que enciendan el taxímetro. Por otro lado está el grand taxi, para los viajes más largos. Estos son de color beige y no disponen de taxímetro, por lo que deberéis negociar los precios y pagar antes de subiros al vehículo. Tenéis dos opciones, pagar por todo el vehículo o compartirlo con otra gente que vaya a vuestro destino, en tal caso debéis esperar a que el vehículo se llene, a veces con más gente de lo necesario. Como os imaginareis esta segunda opción es mucho más barata y es la que escogimos nosotros.
En la estación de Grand Taxi de Tánger hay varias filas de coches y dependiendo del destino que tengas debes ir a una o a otra. Nosotros hablamos en ingles con un señor que nos hizo de traductor con uno de los conductores, ya que éste no hablaba más que árabe. Este señor también parecía el jefe ya que negociamos directamente con él el precio y le tuvimos que dar a él el dinero. Tened mucho ojo porque una de las condiciones que pusimos nosotros fue ir sentados juntos y en el último momento intentaron separarnos. Nos negamos a montar separados y cuando vieron que íbamos a bajar las mochilas que habían atado al techo del vehículo (cosa que a primera vista no nos daba mucha seguridad) rápidamente movieron a los pasajeros y nos pusieron juntos. El trayecto entre Tánger y Chefchaouen es de 2 horas y nosotros pagamos 70 DH cada uno por ir en un Taxi compartido con otras 4 personas y el conductor, parecía aquello una lata de sardinas.
Estábamos muy apretujados, hacía un calor insoportable y el coche ni siquiera tenía aire acondicionado (hay que decir que viéndolo por fuera tampoco esperábamos que lo tuviese). Aunque aquel viaje tuvo su parte interesante, nos moríamos de ganas por llegar a nuestro siguiente destino, Chefchaouen.